Me Caí…

Por alejandra el julio 30, 2016 - Regresar

Solo se fracasa cuando se deja de intentar…

Lo leí hace un tiempo. Me encantó.

“La historia dice que este hombre fracasó en los negocios y cayó en bancarrota en 1831. Fue derrotado para la Legislatura de 1832. Su prometida murió en 1835. Sufrió un colapso nervioso en 1836. Fue vencido en las elecciones de 1836 y en las parlamentarias de 1843, 1846, 1848 y 1855. No tuvo éxito en su  aspiración a la Vicepresidencia en 1856, y en 1858 fue derrotado en las elecciones para el Senado”.

¿Qué vida tan trágica no? ¡Pobre hombre! ¿Quién sería?

 “Este hombre obstinado fue Abraham Lincoln, elegido presidente de Estados Unidos en 1860”. Él preservó a su país durante la Guerra Civil y dio fin temporal a la esclavitud.

Hace un tiempo encontré esta magnífica reflexión en “La Culpa Es De La Vaca”, un libro de liderazgo. El suspenso por conocer de quién se trataba esta vida de “derrota” me impresionó al ver el nombre del gran hombre que me encontraría al final. ¿Cómo puede ser posible que una persona que marcó la historia haya experimentado tanto fracaso?

¡Bum! Aquí quería llegar.

Todos tenemos metas. Algunos hemos trazado un plan -muy bien estructurado- para alcanzar nuestros sueños. Y todo va perfecto, todo está marchando. Pero, de repente: algo pasa. Todo cambia. En un segundo. Y empiezas a experimentar preocupación, dolor, angustia…

Empiezas a experimentar: fracaso.

Fracaso no es más que el resultado contrario de lo que esperabas. ¡Y sí que decepciona! Cuando piensas que todo va bien y te enfrentas con eso, tienes una gran escogencia: me lamento o me levanto.

El plan de Dios para tu  vida tiene una sola salida, el éxito. Tú decides si caminar bajo Su voluntad o fuera de ella. Sin embargo, hay momentos donde a pesar de guardar Su plan y mandamientos, se presentan situaciones que te pueden desalentar. Allí es donde debes saber que el fracaso y la pérdida, son necesarios para formar a un campeón.

David fue menospreciado por su familia, perseguido por su autoridad y aún en su reinado pecó, se equivocó… Se cayó. Elías huyó por amenaza de muerte, hasta el punto de pedirle a Dios que le quitara la vida. Jeremías atravesó un gran tiempo de lamento, que se describe en Jeremías 20:8: “La palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día”. En otras palabras, aún por hacer Su voluntad sufrió.

Sin embargo, en el siguiente versículo describe: “(…) no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos” (Jeremías 20:9). Y allí, tal como Jeremías, cuando piensas que no puedes, que todo acabó y que el fracaso, la pérdida y el dolor te invadieron, hay algo dentro de ti que te impulsa. Y es esa preciosa voz de aliento que te dice: continúa, continúa, continúa. Tú si puedes. Todo lo puedes en mí (Filipenses 4:13), te he dado el poder para salir adelante (Filipenses 2:13), he vencido tu problema (Juan 6:13).

Y te preguntas: “Entonces, ¿qué hago cuando me caigo?” Así como lo hace un pequeño cuando desesperadamente llama a su mamá y papá al caer para que vayan a socorrerlo, así debemos hacer. Y seguro que en ese momento con dulzura, amor y dedicación el Señor te levantará.

No te lamentes. El corazón del campeón se forma en la prueba. El ser humano ha sido diseñado para ser ganador. Y para que sepas, eso no implica que no vendrán batallas. Al contrario, recuerda que tu enemigo, tal como mi Pastor Miguel Arrázola lo afirma, fue diseñado para promoverte.

He aquí la gran diferencia:

  1. El perdedor: intentó, se cayó, se lamentó y se quedó.
  2. El ganador: intentó, se cayó, lloró y se levantó.

Hasta lograrlo.

La diferencia no es la pérdida, la diferencia es tu reacción.

¿Y tú? ¿Qué eres?

Recuerda: Solo se fracasa cuando se deja de intentar.

Te dejo con esta canción. Que en muchos momentos de desesperación ha sido lo único que sale de mis labios.


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